jueves, 28 de abril de 2011

Estambul, de Ohran Pamuk

Leo un libro realmente hermoso. Lo es como objeto y como conjunto de historias que son todas la misma. La historia de un niño y de una ciudad. Estambul, de Ohran Pamuk.



Desde niño me he pasado largos años creyendo en un rincón de la mente que en algún lugar de las calles de Estambul, en una casa parecida a la nuestra, vivía otro Orham que se me parecía a mí en todo, que era mi gemelo, exactamente igual a mí.
       
        A veces observamos hechos que nos ocurren y pensamos que le pasan a otro. A veces observamos hechos que pasan a otros y pensamos que nos están ocurriendo a nosotros. El autor que mejor ha tratado el tema del otro es Borges. Él siempre añoró ser otro diferente del que era y así lo dejó ver constantemente en sus escritos. De todos sus libros me quedo con un librito de poemas que publicó en 1961, El otro, el mismo. Entre sus páginas hay joyas como el "Poema conjetural", donde podemos leer estos versos:

Vencen los bárbaros, los gauchos vencen.
Yo, que estudié las leyes y los cánones,
yo, Francisco Narciso de Laprida,
cuya voz declaró la independencia
de estas crueles provincias, derrotado,
de sangre y de sudor manchado el rostro,
sin esperanza ni temor, perdido,
huyo hacia el Sur por arrabales últimos.


        Es fácil imaginarse a uno mismo como un Laprida derrotado y humillado por bárbaros a los que previamente has dado la independencia, por bárbaros que no son mejores que tú. Me gusta especialmente este libro en el que El Otro es un Dios que crea escribiendo y que a veces se llama Homero, a veces Milton, a veces Cervantes. Hay quien piensa que desde Homero ya está todo inventado: los raptos pasionales, las batallas más o menos justas, los intentos vanos o no de los hombres por asumir el poder, la justicia o la injusticia de los dioses, los libros de aventuras y de viajes, el azar, la más hermosa historia de amor. Es posible, no lo niego. Pero aun así, no dejaré de encontrar belleza y compañía en libros de autores actuales.

miércoles, 27 de abril de 2011

Las tormentas

Vuelven las tormentas con fuerza. Los días amanecen con el cielo encapotado. Se hace difícil asistir a uno de los espectáculos más hermosos que conozco: el cuarto creciente de la luna desde mi jardín. Ahora mismo empieza a llover con fuerza.  Me dicen que es lo normal en Aracena, que aquí siempre ha sido así. A mí las noches de tormenta no me molestan. Me recuerdan a alguien que les tenía tanto miedo que aprendió a no dormir sin escuchar de cerca mis latidos. Yo le contaba historias que iba improvisando mientras la lluvia golpeaba los altos de mi casa.

        Son fechas de campaña electoral. Siempre evito hablar de política, pero hoy me he tropezado con una noticia muy curiosa. Resulta que el párroco de Aracena ha recomendado el voto al PSOE porque según él es la mejor opción para los cristianos. No voy a criticar que lo haga ya que la mayoría de los obispos han señalado directamente a la derecha. Esto al menos supone un avance. Lo que no deja de sorprenderme es que se refiera al candidato del PP públicamente, en privado allá cada cual con su conciencia, como “el gordo ese al que nadie conoce”. La tormenta cae con más fuerza. Me dicen que es lo normal, que aquí en Aracena siempre ha sido así. El desenlace de la historia no deja de ser curioso. El candidato del PP escribe una carta al obispado de Huelva pidiéndole amparo y le recuerda al párroco de Aracena que no tiene nada que temer de él ni de su partido, que el dinero que el Ayuntamiento está invirtiendo en las obras de la parroquia incluso aumentaría si él llegara a la alcaldía. Lo dicho, prefiero no hablar de política.

        Esta mañana he visto una viñeta de Forges que, además de hacerme reír, me parece que representa lo que algunos pensamos de la mayoría de los políticos en campaña electoral. El marido con el delantal puesto y la sartén en la mano le dice a su señora, que está sentada viendo la tele: “Hoy hago yo de cenar. ¿Dónde está la cocina?” Ahora parece que estos señores se empeñan en hacernos de cenar, pero muy pocos saben siquiera donde está la cocina.

sábado, 23 de abril de 2011

Almendras amargas

Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados.

Le leo el inicio de El amor en los tiempos del cólera a una amiga muy querida, y me recuerda que el olor de las almendras amargas es el olor del cianuro. Y las lilas siguen creciendo junto a mi ventana que da al monte San Ginés. Yo de mayor quiero ser Florentino Ariza y ya voy perfilando el color de los ojos de Fermina Daza, negros y con rasgos orientales.

viernes, 22 de abril de 2011

Contra Elliot

Repaso el libro de Murakami. Me encanta el personaje de Midori, al que reconozco a mi lado, y me encuentro con algo que también ya intuía:

Cuando terminó abril llegó el mes de mayo; mayo fue mucho peor que abril. En mayo, en plena primavera, ya no pude evitar sentir cómo se estremecía y temblaba mi corazón.

        En mayo siguen creciendo lilas junto a mi ventana y me encuentro por azar con la triste noticia de la muerte de José Watanabe. Justo ahora, cuando empezaba a hacerse un hueco entre nosotros. Me acerqué a sus libros a través de la antología Elogio del refinamiento:

Hubiera querido inscribir mi poema en todo el paisaje
pero mi ojo, arbitrariamente, lo ha excluido
y solo vuelve con obsesiva precisión
a aquel bello y extremo problema de texturas:
el muslo
contra la roca.


        Recuerdo que yo también pensé en texturas, en tu muslo contra la roca. Yo soy la roca. Tú eres Mara. La vida de José Watanabe fue una vida cargada de muertes prematuras que formaron un intenso poso que, en lugar de agriar su carácter, lo hizo adicto a la belleza, al refinamiento.  Él ya sabía de la proximidad de la muerte mientras escribía el último de sus libros: Banderas detrás de la niebla, y quizá por ello llegó a fundirla con la vida y la colmó de belleza en el intenso poema “Orgasmo”:

¿Me dejará la muerte
gritar
como ahora?


        Quizás oigamos sus gritos a través de sus libros.

Abril

 Ya habrán florecido las lilas en mi jardín, junto a la ventana que da al monte San Ginés. Abril sigue siendo el mes más cruel. Ya me avisó hace unas semanas una amiga con palabras parecidas. Y es cierto: este abril especialmente llega con tristeza y con enfermedad. Leo Tokio blues del japonés Haruki Murakami. Él también parece estar de acuerdo:

Sin duda, abril es el peor mes para estar solo. En abril, a mi alrededor todo el mundo parecía estar feliz.

        Un día soleado en el que todos parecíamos felices, alguien me decía que los personajes de este libro eran seres descolocados con relaciones muy peculiares. Así es: relaciones peculiares quizá porque no parece que hagan nada por evitar las pequeñas catástrofes que se les avecinan. Ahí encuentro el rasgo más oriental de Murakami: no importa tanto que se lleguen a consumar las situaciones deseadas. Y no sólo eso: se respetan siempre las decisiones del otro, aunque no las deseemos, aunque pensemos que el otro tampoco las desea.

         Lo que más me llamó la atención es que yo me había visto reflejado en ese libro. Me parecía que sus personajes, especialmente el protagonista, Watanabe, actuaban de la manera que yo vengo haciéndolo en los últimos años. Quizás entonces yo sea un personaje descolocado con amores peculiares. Y se me vino a la cabeza aquella frase que escuché a Gonzalo Torrente Ballester:

Pero mire usted, caballero. Es que a mí en el fondo sólo me interesan los personajes descolocados.

jueves, 21 de abril de 2011

Para mí también son importantes los lugares

Escribía Peter Handke que para él siempre habían sido importantes los lugares y enumeraba los suyos favoritos, en su país o en otros países, también en España, haciendo un lento recorrido a lo largo de toda su obra. Para mí también son importantes los lugares. Aunque nunca termine de sentirme parte de ellos hay sitios que justifican la vida. Una playa en Gran Canaria, Sevilla, una plaza en Marrakech, la isla de La Palma, otra playa que acaba en una iglesia en Gijón.

        Estos últimos años ha habido uno en especial que recorría cada día, el que va de Aracenilla a Aracena por la carretera de Alájar. Cada mañana, antes de las ocho, bajaba hacia el pueblo y la imagen del castillo era cada día diferente, con el rojo que lo envuelve todo cuando aún no ha amanecido o la niebla densa que te lo va mostrando poco a poco. Me hacía sentir, usando palabras de Manuel Vicent, que cada mañana bajaba a inaugurar el mundo. Han sido cinco años habitando ese lugar. Las palabras cambian, las expresiones pueden ser diferentes: el sentimiento siempre ha sido el mismo.

        Tengo la costumbre de asomarme a películas que me gustaron y que siempre me ofrecen algo nuevo. Ayer fue el turno de Smoke, el precioso cuento de cuentos de Wayne Wang. Lo cierto es que estoy planteándome dejar de fumar y me preocupa dejarme llevar por tanta estupidez. Cuando se me pasa por la cabeza una idea así necesito que algo me disuada y qué mejor que esta historia de fumadores que conversan sin cesar. Hay una escena que ya casi tenía olvidada: Auggie, el personaje que interpreta Harvey Keitel, todas las mañanas saca una foto de la esquina de su estanco. Es su lugar. Para él también son importantes los lugares. Hace ya varios años que lo hace y le enseña orgulloso las fotos a John —William Hurt— que inicialmente pasa las páginas muy rápido y dice: “Son todas la misma foto”.  Auggie le sugiere que las pase más despacio y entonces que sí, siempre es el mismo lugar, pero siempre es diferente: la luz, las personas, algún coche, la música. Sí, también la música.

        Si yo hubiera hecho lo mismo que Auggie estos seis años, una foto cada día de mi camino, nadie habría pensado nunca que se trataba de la misma foto. Y sólo hablo de cinco años. Los que tienen más edad que yo ya ni quieren pasar por aquel lugar. Les duele demasiado.

        Recuerdo un artículo de Juan Bonilla sobre Ring Lardner, uno de los guionistas expedientados por McCarthy en aquella Caza de Brujas particular que vivió Estados Unidos. Le preguntaron si había pertenecido o aún pertenecía al Partido Comunista Americano. Sólo dijo que si respondiera a esa pregunta se odiaría cada mañana. Un héroe de nuestro tiempo. Las personas dignas son héroes. No hay demasiados, por eso cambian tanto algunos lugares. Por eso un pasaje natural delicioso lo han convertido en un infierno de ladrillo y cemento.

miércoles, 20 de abril de 2011

El extranjero

Cuando en 1942 Albert Camus desea retratar la figura de Meursault, el protagonista de El extranjero, el primer paso que da es romper todo vínculo con su infancia y para ello mata a la madre del protagonista. La infancia, ya lo sabemos, es nuestra única patria. Cuando Ladislao Almasy, el personaje de El paciente inglés, quiere contarle a K algo de su vida, lo hace mostrándole la nana que le cantaba su nodriza húngara para acompañarle en el sueño



        Yo mismo me he sentido un privilegiado habitando mi otoño y primavera sevillanos y mi verano e invierno grancanarios, pero si me preguntaran por el lugar dónde he sido más feliz tendría que responder que en la biblioteca de mi padre.

        A partir de ahí siempre he sido un extranjero. No sólo en Sevilla, allá donde he ido sólo me he sentido parte del lugar cuando me he adentrado en las librerías y en las bibliotecas de mis amigos. Recuerdo también la colección de vinilos de jazz que tenía mi padre. Allí empezó el miedo que siempre he tenido al saxo, un miedo que me atraía tanto… Miedo a lo que sale tanto de tan adentro y miedo a que pudiera hacerme entender tantas cosas sobre mí. Miedo a que todos descubrieran que yo sí era un extranjero, y que lo era en mi propio país, en mi ciudad, en mi casa.

        Hoy, tantos años después, reconozco un sentido que me lleva a encontrarme con aquellos que sienten esa misma circunstancia en sus vidas. Personas que igual nunca han oído hablar de Meursault, pero que ya llevan cicatrices en su cuerpo de una vida que les ha llevado de aquí para allá. Extranjeros que ya saben que no es cuestión de lugares, sino de uno mismo. Ya lo escribió Rilke:

¿Quién habla de victorias? Sobreponerse es todo.

martes, 19 de abril de 2011

El Poema de Áyax, de José María Algaba

ÁYAX ENTRE NOSOTROS



El poema de Áyax
José María Algaba
VII Premio de Poesía Aljabibe
Endymión, Poesía
ISBN: 84-7731-433-0
61 páginas
Madrid, 2006
      
Siempre me gustaron las historias tristes. Todas menos la mía. Un hombre que no para de reír, pero que en realidad suplica que lo salven a los ojos más tristes y hermosos del mundo. Si algo empezaba a gustarme lo iba haciendo mío y acababa poniéndome en su lugar: la historia de Áyax, por ejemplo. Y me gusta cómo me la cuenta José María Algaba, una voz diferente, la voz a la que todos íntimamente aspiramos:

Habito en un espejo. Obedezco. Las bayas me alimentan
y caen sobre mí animales sombríos, ingravidez y mirtos.


         La historia de Áyax es conocida: el más fuerte entre los guerreros aqueos que van a Troya y el más valiente. Al caer Aquiles con la flecha de Héctor, solicita su puesto. No se lo dan y esa noche, creyendo matar a todos los que prefirieron a Ulises, creyendo haberse convertido en un héroe, da muerte a un rebaño de corderos. Cuando lo descubre no soporta la humillación y se suicida clavándose su propia espada. José María Algaba traslada esta historia al presente. Áyax es el poeta que lucha por ofrecer al mundo sus poemas, a un mundo que conforman su padre y sus hijas.

        Decía Peter Handke que en nuestra vida sólo hay dos momentos esenciales: aquel en el que somos hijos y observamos incrédulos y rebeldes cómo nuestros padres desean formar parte de nuestras vidas; el segundo es cuando tenemos hijos y tratamos de hacer lo que vimos intentar a nuestros padres, que ya no están. Algaba también vive esos dos momentos con las armas de Áyax y con el conocimiento pleno de este mundo. Asume sus momentos más gloriosos y también los de humillación y dolor. Cuando escribe lo hace con sangre de su propia sangre.

Hijas mías, el poema
luchó contra la muerte.


        Porque sabe que el poema que mata es también la única salvación.

No hay más sustancia que la que tienen las palabras
inextricables, luminosas como el pan en la mesa.


        La otra manera de sobrevivir es el hijo. Así aparece en “Casandra, hija mía”, el poema central de esta primera parte del libro. Su hija, como la hija de Príamo, es la única que tiene las respuestas. Pero son respuestas inútiles porque en nada van a cambiar el rumbo de las cosas. La presencia de la hija le evoca también el lado más amable del padre y juntos le dan momentos de belleza, como la que disfrutamos los afortunados lectores de este libro.

Interior con islas, de Manuel Moya

UN SUR DONDE ATRACAR




Interior con islas
Manuel Moya
Pre-textos, Poesía
ISBN: 84-8191-783-4
82 páginas
Valencia, 2006

La insularidad es uno de los grandes temas de Manuel Moya. No de Manuel Moya, sino de Manuel Moya. Dejen que me explique: hay varios Manuel Moya. Algunos son muy obvios porque usan otros nombres; otros no lo son tanto porque para confundirnos llevan el suyo. De todos ellos prefiero a los dos que más difieren: a Violeta C. Rangel, la aventurera que cada noche atraca en un cuerpo distinto a cambio de unas míseras monedas o, a veces, por unas pocas palabras que le son gratas o algo de calor, y al viajero, el explorador de tantas islas lejanas en el tiempo y en el espacio.

         ¿Qué lleva a un poeta serrano y profundamente arraigado en su tierra a dirigir su mirada a las islas? Alguna vez lo ha explicado:

Capturar esas islas, trazarlas sobre el círculo impar de la camilla, fue una grata aventura.

        Y todo ello unido a su particular sentido de obra en marcha o como él la prefiere llamar:

la duna móvil que puede ir dejando atrás, a la vez que añadiendo, elementos en su camino.

        El camino es un proceso de interiorización:

… a las islas no se llega por el mar ni por la vida.
Existen allá donde la luz cruza el espejo.


        Y la mayoría de las veces no tiene retorno:

De ellas no se vuelve, mas si vuelves
no podrás volver del todo.
En sus playas he agotado cuanto fui.


        De todas estas islas yo prefiero “Guanarteme”. Quizá sean razones personales las que me llevan a esta elección. Mis veranos canarios, la familia que es junto a las lecturas lo único que realmente me pertenece, también la belleza:

Nada te costará aceptar que acaso sea la isla más hermosa de la Tierra. Hermosas serán a tus ojos sus mujeres, su apagado volcán, su luz violeta.

        Suscribo estas palabras como si fueran mías: no, realmente son mías. Yo también busco

… un sur
donde atracar…


        Y a veces, la mayoría de ellas, lo encuentro en la mirada de estos versos que me ayudan a cruzar el espejo.